Roberto Martín-Martín y JackRabbot, en Stanford.
Roberto Martín-Martín y JackRabbot, en Stanford.

A primera vista parece un minifrigorífico con ojos como platos, moviéndose con lentitud por las aceras de la Universidad de Stanford, en California. Un vistazo más cuidadoso delata la maraña de cables y luces que tiene en la espalda. Se trata de JackRabbot, un prototipo de robot mensajero, que no pasa desapercibido cuando sale a pasear por el campus para recabar información sobre el comportamiento humano en la calle. JackRabbot puede sonreír y poner ojitos a través de una pantalla LED y además cede el paso y espera pacientemente a cruzar la carretera.

“Es el primer robot amable,” sonríe Roberto Martín-Martín, que acompaña a JackRabbot donde quiera que va el pequeño androide cuando sale a caminar. Roberto es un posdoctorando español en el departamento de Robótica de Stanford y su investigación se centra sobre todo en el aprendizaje de la inteligencia artificial aplicada al comportamiento humano. JackRabbot es uno de los muchos proyectos en los que trabaja Roberto, pero por ahora es el que más atención mediática ha generado, debido al esfuerzo de los investigadores en proporcionar una apariencia más simpática a este androide.

“Pensamos que sería mejor que tuviera formas más redondas, ojos grandes, para que la gente no dijera, ah es solo una máquina,” dice el investigador, mientras vigila que JackRabbot no se vaya muy lejos. “Hubo algunos casos similares de otros estudios con robots en los que la gente les pegaba patadas. Si parecen demasiado robóticos, generan rechazo y si parecen demasiado humanos, generan intranquilidad, es lo que se llama el valle inquietante”. Este valle inquietante (uncanny valley, en inglés) es la hipótesis en la robótica que explica que un robot muy humanoide genera una fuerte reacción de rechazo, en algunos casos llegando incluso a la repulsión.

Para evitar caer en estas dos categorías, los creadores de JackRabbot decidieron darle unos ojazos virtuales, que gracias a unos sensores 360, pueden detectar las miradas y girar la cabeza (en su caso, una pantalla). Precisamente la razón de ser de JackRabbot es esa, interactuar con los seres humanos para aprender de ellos.

JackRabbot interactúa con personas en la calle.
JackRabbot interactúa con personas en la calle.

Algoritmos

“Nuestra investigación se centra sobre todo en los algoritmos que hemos diseñado para que el robot aprenda cómo se mueve la gente a su alrededor, si le deja pasar, cuándo le deja pasar, cómo reaccionan ante él, etc,” explica Roberto. Esta información recabada por JackRabbot pasa por el tamiz de sus algoritmos y es utilizada luego por el robot para circular en la calle.

“Tiene que ser socialmente inteligente en situaciones en las que hay grandes aglomeraciones, ese es nuestro foco con JackRabbot,” asegura el investigador al preguntarle por la principal diferencia con otros robots repartidores. “El exterior del robot no nos preocupa, queremos crear unos algoritmos que puedan entender y en cierta medida, anticipar, nuestro comportamiento en espacios públicos.”

En cierta forma este es el santo grial de la robótica, al menos en el área de mensajería. Desde hace ya un tiempo, varias empresas en Estados Unidos se han lanzado a esta aventura con mini robots que pueden cargar casi un kilo. Una de las primeras empresas se llama Kiwi, cuya flota de pequeños robots está en fase de prueba en la Universidad de California, Berkeley. Las interacciones con humanos hasta ahora han transcurrido sin problemas, pero la solución de los robots Kiwi pasa por frenar ante los baches, en lugar de esquivarlos mientras circula.

Laboratorio donde se programa a JackRabbot
Laboratorio donde se programa a JackRabbot

“Estos algoritmos de otros robots de reparto no suelen hacer tanto hincapié en el movimiento de los seres humanos. Estamos educando a JackRabbot para que pueda circular incluso por terreno que no reconoce, igual que lo haría una persona,” señala Roberto.

El nombre de JackRabbot se lo pusieron hace un par de años, cuando uno de los investigadores que participó en el proyecto inicial, pensó que sería gracioso llamarle como las liebres (jackrabbits, en inglés) que saltan por el campus de Stanford.

Por ahora, este robot tan cívico está aún en periodo de desarrollo y según Roberto no estará listo hasta por lo menos cinco años más. Eso en cuanto a su interacción en la calle, ya que hace unos meses también le añadieron un brazo con el que podrá, en un futuro cercano, abrir la puerta a otras personas y coger objetos.

Destrezas

“Esto es como con los coches autodirigidos, si defines navegación autónoma estamos muy cerca de lograrlo con este robot, pero un robot que por ejemplo, te limpie la casa, creo que estamos aún bastante lejos,” dice Roberto. “La razón está en el nivel de destreza: navegar es más sencillo, pero manipular objetos, cogerlos y moverlos, es más complicado. Nosotros estudiamos ambas tareas.”

Entre las aplicaciones de un robot como este, además del reparto, también hay que señalar que podría ser muy útil para vigilancia, como guía, para ayudar a inválidos y gente mayor a moverse, quitando obstáculos del camino que faciliten el paso.

Roberto estudió Ingeniería de Telecomunicaciones en España, un máster de Ciencias y un doctorado en Filofía en Berlín y dio el salto a Estados Unidos hace algo más de un año para hacer su posdoctorado en el Laboratorio de Visión y Aprendizaje de Stanford. Aparte de este proyecto, también trabaja en el mismo laboratorio con otros robots relacionados con manipula.

 

Por: El Pais